Willy Wonka. Fábrica de chocolate

Mi sueño lúcido más dulce: de una calle de Londres a la fábrica de Willy Wonka

Hay sueños que, aunque se desvanecen con el despertar, dejan un sabor tan intenso que parece seguir acompañándote durante todo el día. Y luego están los sueños lúcidos, esos en los que sabes que estás soñando y decides aprovechar cada segundo para explorar, sentir y vivir experiencias inimaginables.

Hoy quiero contarte una de las vivencias más sabrosas que he tenido en un sueño lúcido. Me llevó desde una calle de Londres a principios del siglo XX hasta el interior de la fábrica de Willy Wonka. Y no, no es una metáfora, fue un viaje onírico tan real que aún puedo oler el cacao caliente y sentir la textura de los bombones en mi boca.


Despertar en una calle de Londres

El sueño comenzó con una imagen muy nítida: yo estaba de pie en una calle estrecha y empedrada, con un cielo gris suave, típico de un día londinense. Las farolas de hierro forjado emitían una luz cálida y tenue, y las fachadas de las casas eran de ladrillo oscuro con ventanas pequeñas y cortinas bordadas. A mi lado paseaban personas vestidas con ropa de principios del siglo XX.

No tardé en darme cuenta, ¡esto es un sueño lúcido!. Lo supe porque los colores, aunque apagados por la niebla, eran increíblemente nítidos. Podía sentir el frío en la punta de la nariz, escuchar el sonido de un carruaje que pasaba a lo lejos y hasta notar el ligero aroma a pan recién hecho que salía de una panadería cercana.

Decidí caminar, sin prisa pero con curiosidad, hasta que vi un escaparate que captó toda mi atención.


La chocolatería antigua

Era una tienda de madera oscura, con grandes cristales que dejaban ver el interior iluminado con lámparas colgantes. El letrero, pintado a mano, decía: «The Cocoa House». Me acerqué y el olor a chocolate caliente me envolvió por completo. Entrar fue inevitable para un fan del chocolate como yo.

El interior era un templo para cualquier amante del chocolate: estanterías repletas de tabletas envueltas en papeles dorados, frascos de cristal llenos de bombones, trufas, caramelos, y cajas decoradas con lazos de terciopelo. Había chocolates con frutos secos, con licor, con menta… y cada uno parecía más perfecto que el anterior.

Lo mejor de un sueño lúcido es que todo se siente real. Decidí probar uno de los bombones. El crujir de la cobertura, el relleno suave fundiéndose en mi boca… era tan intenso que juraría que ningún chocolate de la vida real podría igualarlo. Probé otro, y otro… cada sabor parecía contar una historia diferente.


La puerta misteriosa

Al fondo de la tienda vi algo curioso: una pequeña puerta semicircular de madera clara. No estaba a la vista de los clientes, como si fuera una zona reservada. Sentí una mezcla de intriga y emoción. En un sueño lúcido, las puertas son invitaciones a descubrir nuevos mundos.

Me acerqué, la abrí, y detrás no había un almacén ni una cocina, sino un túnel estrecho iluminado con luces amarillas que titilaban suavemente. Caminé por él, notando el olor cada vez más intenso a cacao y caramelo.


Un recuerdo de la infancia: Willy Wonka (1971)

En ese momento, recordé algo que me llenó de nostalgia: de pequeño había visto la película «Willy Wonka y la fábrica de chocolate» de 1971, con Gene Wilder. Esa versión, para mí, tiene algo único, una magia que no se puede replicar. Aunque la nueva versión con Johnny Deep no está mal, la original tiene un encanto artesanal, casi mágico, que me marcó para siempre.

Recomiendo a cualquiera que no la haya visto que la busque. No es solo una película sobre dulces; es un viaje visual y emocional, con escenarios y personajes que se quedan en tu memoria. Y lo que estaba a punto de vivir en mi sueño lúcido me recordó exactamente a esas imágenes que veía de niño.


La fábrica de Willy Wonka

Al salir del túnel, me encontré en un paisaje increíble. El suelo estaba cubierto de hierba verde esponjosa, pero no era hierba normal: tenía un aroma dulce, como si estuviera hecha de azúcar glas. Frente a mí, un río de chocolate espeso y brillante serpenteaba entre rocas de caramelo y puentes de galleta.

A los lados, árboles cuyas hojas eran de azúcar cristalizada brillaban bajo una luz dorada. Podía escuchar el murmullo del chocolate fluyendo y el crujir de las hojas dulces bajo mis pies.

Caminé, tocando cada cosa que veía. Probé una flor que sabía a vainilla, mordí un trozo de roca que resultó ser praliné, y me tumbé un momento junto al río para simplemente disfrutar de la vista. La intensidad de los sabores, los olores y las texturas era indescriptible.

Vi atracciones, como una rueda gigante hecha de bastones de caramelo, y a lo lejos, una cascada de chocolate cayendo sobre un lago donde peces de gominola nadaban tranquilamente.


Sensaciones que van más allá del sueño

En ese momento me di cuenta de lo increíble que es la capacidad de un sueño lúcido para engañar a los sentidos. No solo veía aquel lugar: lo sentía, lo olía, lo probaba. La memoria de los sabores se grababa en mi mente como si hubiera comido realmente.

Permanecí allí un buen rato, explorando cada rincón, hasta que poco a poco la imagen empezó a desvanecerse. No fue triste despertar; al contrario, sentí que me llevaba conmigo un recuerdo tan vivo como si hubiera viajado realmente.


Ese sueño lúcido fue un recordatorio de que, en el mundo onírico, los límites los pones tú. Puedes revivir momentos de tu infancia, visitar lugares que solo existen en tu imaginación o disfrutar de experiencias que en la vida real serían imposibles.

Y lo más increíble es que todo esto no requiere magia… solo saber cómo hacerlo. Y créeme, es más sencillo de lo que piensas.

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