Hay algo fascinante en los sueños lúcidos, pueden llevarte a lugares imposibles, recrear épocas pasadas o sumergirte en universos literarios.
Y para alguien como yo, un enamorado de la literatura de H.P. Lovecraft, poder vivir un sueño lúcido dentro de uno de sus relatos fue algo que nunca olvidaré.
Para muchos, eso sería una pesadilla. Para mí, fue cumplir un deseo largamente guardado, convertirme en un investigador privado en los años 20, dentro del inquietante mundo de los mitos de Cthulhu.
El instante en que supe que estaba soñando
Todo comenzó en un sueño cualquiera.
Soñaba que corría por las calles de Madrid, envuelto en la niebla espesa de una madrugada.
Huía de alguien, o de algo, y de pronto noté que no podía correr, como si el suelo se pegara a mis pies.
Fue entonces cuando me di cuenta: esto no es real.
Miré mi reloj y lo confirmé, no se veía bien y había caracteres extraños.
Estaba soñando lúcido.
Sonreí, respiré hondo y tomé el control.
Me detuve y miré alrededor, los faroles de gas titilaban, los coches eran antiguos, y un tranvía pasaba lentamente frente a mí.
Me encontraba en el Madrid de los años 20, con su aire bohemio, sus calles empedradas y su olor a tinta de periódico recién impreso.
Entonces, decidí que quería algo más, quería adentrarme en el universo de Lovecraft.
El portal hacia el horror y la belleza
Visualicé una puerta al final de la calle sin salida, una puerta vieja, de madera oscura, cubierta de símbolos extraños.
Sabía que, al atravesarla, me llevaría justo al mundo que deseaba explorar.
Al hacerlo, el aire cambió, la luz se volvió verdosa, el viento olía a humedad y a mar lejano.
Estaba dentro de un sueño lúcido ambientado en los mundos de Lovecraft, y yo era un investigador privado.
Vestía un abrigo largo, un sombrero de ala ancha y llevaba una libreta en el bolsillo interior.
En ella, apuntes de una investigación sobre unas desapariciones misteriosas ocurridas en una zona rural al norte de la provincia de Madrid, tal como había visto de soslayo en la portada de un periódico de un kiosco al ir hacia la calle.
La noticia hablaba de extraños ritos, de personas del lugar que aseguraban haber visto luces verdes en el cielo y de un murmullo constante que provenía del bosque.
Librerías, templos y secretos prohibidos
Mi primer destino fue una librería antigua en el barrio de las Letras.
Al entrar, una campanilla sonó y el aire olía a polvo y papel viejo.
Entre estanterías torcidas encontré volúmenes encuadernados en piel, con títulos en idiomas que no conocía.
Uno de ellos destacaba: De Vermis Mysteriis.
Lo abrí, y las letras parecían moverse como si estuvieran vivas.
Sentí un escalofrío, los sueños lúcidos permiten vivir sensaciones con tal realismo que podía oler el moho de las páginas y sentir el temblor de mi propia respiración.
El librero, un hombre pálido, de mirada huidiza, me observaba desde el mostrador.
“Si busca respuestas”, me dijo, “no las encontrará en los libros… sino bajo la tierra”.
Aquella frase me acompañó mientras tomaba un tren hacia las afueras, hacia una aldea rodeada de colinas y bosques.
El eco del miedo en la iglesia abandonada
La noche había caído cuando llegué.
El pueblo parecía vacío.
Una vieja iglesia se alzaba en lo alto de una colina, con las ventanas rotas y las puertas entreabiertas.
Subí los peldaños con el corazón acelerado, sí, incluso en los sueños lúcidos se puede sentir miedo, y empujé la puerta.
Dentro, el aire estaba helado.
Había símbolos grabados en las paredes, espirales y ojos entrelazados, y un altar de piedra cubierto de velas derretidas.
Entonces los escuché: pasos detrás de mí.
Me giré y los vi.
Eran los Ángeles Descarnados de la Noche, criaturas sin rostro, envueltas en túnicas oscuras, flotando a escasos centímetros del suelo.
Susurros incomprensibles llenaron el espacio.
Sabía que eran producto del sueño, pero el terror era real.
Decidí usar la lucidez para mantener la calma, respiré, recordé que era mi sueño, y al hacerlo, decidí teletransportarme fuera de la iglesia.
Descenso a las catacumbas y el encuentro con los Gules
Seguí un sendero que conducía a unas ruinas antiguas.
Una trampilla de hierro oxidado me llevó a un pasadizo subterráneo.
El aire era denso, el suelo húmedo, y el silencio pesaba como una losa.
A lo lejos, escuché algo arrastrarse.
De entre las sombras surgieron los Gules, criaturas famélicas, de piel gris y ojos brillantes.
Sus uñas raspaban la piedra mientras avanzaban hacia mí.
Una parte de mí quería escapar, pero otra, la del soñador lúcido, quería observar.
Era consciente de que todo era simbólico, una manifestación del inconsciente más oscuro.
Les hablé.
Y en lugar de atacarme, los Gules retrocedieron, como si hubieran reconocido algo en mí.
En ese momento comprendí que el miedo, incluso en los sueños lúcidos, puede transformarse cuando lo enfrentas con consciencia.
Los hombres serpiente y el secreto de la colina
Emergí del subsuelo al amanecer, con el sonido del viento entre los árboles.
Al fondo, una colina coronada por un monolito de piedra me atraía irremediablemente.
Subí.
El monolito estaba cubierto de runas y símbolos serpentinos.
Y allí, deslizándose entre las sombras, aparecieron ellos, los Hombres Serpiente, con ojos dorados y lengua bífida.
Me rodearon sin hostilidad, y uno de ellos habló con una voz profunda, casi hipnótica:
“El conocimiento que buscas no pertenece al día, sino a la noche.”
Sus palabras resonaron dentro de mi mente.
Y en ese instante, el cielo comenzó a tornarse violeta y verdoso, las nubes se arremolinaron, y una presencia inmensa se hizo sentir.
El despertar de algo antiguo
El suelo tembló.
Desde la distancia, una sombra colosal se levantaba sobre el horizonte.
El aire olía a sal, a abismo y a tiempo detenido.
Sabía lo que era, aunque no podía verlo por completo: Cthulhu, el gran sueño dentro del sueño.
Las montañas parecían inclinarse ante su presencia.
Sentí un escalofrío recorrerme la nuca… y una risa nerviosa escapó de mis labios.
No quise verlo entero.
Con un último pensamiento consciente, decidí despertar.
El mundo se disolvió lentamente, como si el mar se retirara dejando tras de sí un eco.
Despertar con el sabor del misterio
Abrí los ojos en mi cama, con el corazón acelerado y una sonrisa.
El sabor metálico del aire, el olor del incienso antiguo, la textura del suelo de piedra… todo seguía en mi memoria como si lo hubiera vivido realmente.
Esa es la grandeza de los sueños lúcidos, pueden transportarte a lugares imposibles y hacerte vivir emociones tan reales que desafían la lógica.
Aquel sueño me recordó que el miedo y la fascinación son dos caras de la misma moneda, y que dentro de la mente humana habita un universo tan vasto como el de Lovecraft.
Solo hay que atreverse a explorarlo.
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Porque soñar lúcido no es escapar del mundo… es descubrir otros.





